domingo, 25 de agosto de 2013

Imagina...¿y si...?



Hoy me he puesto las lentes de mirar atrás. Siento un vacío enorme que nada llena.

En una vida perfecta no encaja un alma herida; en un destino que no es el elegido,no encajan los sentimientos.
 
¿Te has planteado alguna vez por qué nos rehuimos? Cientos de veces, soñé con verte.

Soñaba despierta, soñaba dormida, más mis miedos eran abismos en el camino. ¿Quizás te ocurrió a ti lo mismo?

 

Eres la persona con la que más horas seguidas he hablado, con quien he compartido más risas; quien más he deseado tener al lado para pedir consejo, compartir una mirada, acariciar una nuca, caminar cogidos de la mano… Nunca más una puesta de sol ha sido igual que las vistas a tu lado.

 Sí, aún recuerdo tus verdes ojos gatunos. Tenían un brillo especial cuando te acariciaba.

También recuerdo tus risas, tus bromas; tus “chiquilladas”,  las mías, las nuestras, las que tanto  nos hacían reír…

 

 

Recuerdo…

 
Nuestra locura por vernos, el ring-ring del teléfono y escuchar tu voz, tus enormes cartas impregnadas de los colores de tus palabras (nunca deseé tanto la llegada del cartero),

El verte aparecer a lo lejos, meciendo tus brazos,  extendiendo tu sonrisa, siempre a juego con esas chispeantes esmeraldas de tus ojos.
 
Tus prisas y mis miedos.

Una propuesta tonta lanzada al azar, un dolor en el alma,  ardiente como punta de lanza envenenada, que dio de lleno  en la diana de  los complejos paternos. Una dura palabra y un dedo acusador. Un diccionario, una respuesta, un dolor… que traspasaba los sentidos.

Ahí, acabó todo. Orgullo y deseo. Malos consejos. El alma partida en dos pensando que la culebra, que vilmente  veía sus complejos y maldades en mi alma pueril, tenía razón.

Comienzo de la juventud y final de la adolescencia. Dolor. En ese instante se debió quebrar el mundo y  debí apearme de él.

Ahí comencé a vivir los miedos, también los complejos que nunca fueron míos.

¿Y sabes qué es lo peor? Que ya me había enamorado de estar enamorada…

Ese es el peor credo que existe, el pensar que todo “se cura con amor”. El sentirte responsable de las decisiones de la persona amada, pensando que eres correspondida y que grandes dosis de paciencia y amor… “lo curarán todo”…”Locuras” incurables, dolores insoportables.

 A partir de ahí la vida fue un caos. Sólo conocí a una persona que verdaderamente me amó, y lo volví a echar a perder… Otra vez los miedos, otra vez pensar en ser sincera y justa… con quien nunca lo mereció.

Ahora, que los años ya vividos se apoderan de los recuerdos, soplas un poco hacia atrás, levantas la paja con el aire, alguna incluso se incrusta en tus ojos… pero tras alguna lágrima para echarlas fuera, lo ves todo más nítido…

¿Y si comenzamos de nuevo?

Sí, es tarde; nada puede ser igual. Sólo te hablaba de algo virtual, imaginario…

¿Qué hubiese sucedido si esa tarde te digo:

Sí, quédate una semana más?

 

¿Crees que existe una respuesta a esa pregunta?

¿Te apetece jugar a “te imaginas que…”?

Por supuesto que nada va a cambiar… ¿o sí? Quizás así consiga perdonarme  tantas cosas… que nunca debieron suceder.

Sólo hay una por la que todo merece la pena y por la que no cambiaría nada… pero igual…

 

Hoy no puedo dormir, siento rabia y vergüenza. Soñé tantas formas de volver a vernos…

¡Total, para reaccionar como una niña asustada, con prisas… que tiene que cumplir con algo que seguro, también pudo esperar…!

Esta noche dormiré imaginando que lo lees… y que te apetecerá volver a hablar conmigo, y crear recuerdos nuevos… y…
 
  
R de R. 24.08.2013

 

miércoles, 21 de agosto de 2013

Tarde de lluvia.

 

 

 

Lluvia tras los cristales. Calor; mucho calor…
 

Mi cuerpo se encuentra sudoroso tras un agotador día de trabajo. Esta tormenta de verano me relaja. El tintineo que producen las gotas al caer sobre el techo del patio, cada vez más rápidas, cada vez más ávidas, cada vez más veloces…traen recuerdos a mi imaginación.

Parece que fue ayer cuando sucedió.

 


Era una fría y otoñal mañana de domingo. Había viajado a la capital de España; algo inusual en mí, que no me gusta abandonar mis islas doradas.

También llovía. Allí era algo habitual, aunque no para mí, por lo que me dirigí a la cafetería del hotel, portátil en mano, dispuesta a disfrutar de un buen rato “ensimismada” entre mis cosas. De hecho, hacía mucho tiempo que no me tomaba unas horas para pulular entre los recuerdos.

Cuando se acercó el camarero, pedí un buen café bien cargado. A los pocos minutos llegó con una humeante y maravillosa taza de café recién hecho. Durante un rato disfruté de su aroma. Nunca me han gustado las bebidas demasiado calientes… prefiero no tentar la suerte de quemar mi boca.

Cuando más centrada estaba en mis correos, intentado borrar los que no eran interesantes y guardar lo que sí, anotando en mi agenda los cursos y reuniones a los que debía asistir, se acercó a mí alguien con paso firme, seguro de sí; un paso que me era conocido, pero no me decidí a alzar la mirada, ¿quién iba a estar por allí ahora? Me había tomado unos días libres; asistiría a una conferencia de Emilio Duró al día siguiente, y no había quedado con nadie… por lo cual, era absurdo perder el tiempo levantando la mirada.



—¡Hola Irene!, ¿qué tal estás? —asombrada, escucho tras de mí.

Me giro, y allí estaba él. ¿Cómo olvidarle? Sí, aún recuerdo su paso firme, su sonrisa profident, su maravillosa forma de mirar…

—¡Hola Benjamín! ¿Qué tal estás?— le pregunto mientras beso su mejilla. ¡¡Uhmm!! Y su perfume, cómo olvidar aquél maravilloso perfume, el olor a una madrugada llena de besos y pasión…

Sonrojada, le invité a sentarse a mi mesa, aunque realmente no hizo falta, pues rápidamente había tirado del respaldo de la silla que estaba a su lado y ya casi estaba sentado.

Esa mañana compartimos muchísimas anécdotas, tanto de las que compartimos años atrás, como las que cada una había vivido por su cuenta.

No paraba de llover.

Allí mismo, tras unas horas de risas y confidencias, tomamos el almuerzo, algo típico de Madrid, en plan picoteo, eso sí, regado con buen vino y mejor compañía.

En la sobremesa, no pudo faltar el café, un cigarrillo y un Martini. Aún recordaba que me gustaba disfrutar de los sorbos de un buen Martini. No importaba que estuviésemos en otoño y lloviese, porque aún así no había demasiado frío, y mi Martini me sentaba bien en cualquier estación.

A media tarde ya Morfeo nos insinuaba que era hora de echar una cabezadita.

—¿Dónde te estás quedando?— preguntó.

— En el hotel de ahí al lado, contesté.

— ¡Qué interesante! Pues yo me hospedo en casa de mi hermana, al otro lado de la ciudad. Un par de paradas de metro y llego enseguida — comentó, mientras hacía un guiño—

— ¿Y te vas a ir ahora?— pregunté— ¿No te apetece pasar un rato más conversando?

— Sí, claro, pero esta noche tengo pensado ir al teatro y quiero ir descansado, para disfrutar bien del espectáculo. Si llego bostezando… me da que no me enteraré de nada.

— Si quieres puedes echar la siesta en mi hotel — le comenté, y hasta yo misma me sorprendí por el comentario ¿será que el Martini estaba haciendo su efecto?

— Estupendo, puedo echar una cabezadita. Si quieres me puedes acompañar al Teatro. Será fácil conseguir otra entrada en la butaca de al lado, pues la compré hace apenas unas horas. Espera que lo confirmo.

En ese instante me tomó el portátil, sin pedirme permiso, y buscó una página donde comprar otra entrada.

— ¡Misión conseguida! — Exclamó. Acto seguido nos dirigimos al hotel.

Ya en la habitación, me dispuse a entrar al cuarto de baño. A pesar de que en la calle llovía, no hacía demasiado frío. Estaba mojada, así que opté por pegarme una ducha y quedarme bien fresquita. Casi sin pensarlo dos veces me despojé de la ropa que llevaba encima y me dispuse a entrar en la ducha.

A los pocos minutos escucho:

— Irene… ¿estás ahí? ¿puedo pasar?

¡Dios, había olvidado que Benjamín estaba fuera…! Por un instante pensé que estaba sola. Dirigí mi mirada hacia la puerta, con la intención de pedirle que esperase unos instantes… Ya era tarde, la manecilla se movía, y tras el lateral de la puerta aparecía un rostro conocido, con una sonrisa que me volvía loca…

Me miró… y acto seguido comenzó a desnudarse. No fui capaz de articular palabra alguna. Me di la vuelta, no quise mirar, y me centré en cómo caía el agua desde la alcachofa.

 
 





A los pocos instantes le sentí detrás de mí; escuché su respiración y… apenas me lo podía creer: ¡¡CANTABA!! Se había puesto a cantar bajo la ducha…

No pude aguantar la carcajada… ¿qué se había creído, un Frank Sinatra cualquiera?

Entre las risas que inundaban el ambiente y el agua tibia que recorría nuestros cuerpos, el ambiente se fue calentando… y comenzamos a abrazarnos, a besarnos… a sentir cómo nuestros cuerpos se deseaban cada vez más.

Casi sin darme cuenta estábamos sobre la cama, devorándonos como dos lobos hambrientos de experiencias nuevas, de recuerdos cercanos, de deseos aún por consumir…

¿Cómo acabó esa tarde? ¿Llegamos a ir al teatro…? Aún me sonrojo al recordarlo…

En ese instante suena el timbre, y doy un brinco.

— ¡Menudo susto! — pensé. Me dirigí a la puerta rápidamente, sólo cubierta por una bata roja y mucha curiosidad.



Medio minuto más tarde:

— ¡Benjamín! ¿qué haces aquí?— pregunté entre sorprendida y divertida.

— ¡Me trajo la lluvia! Creo que aún tenemos algo por acabar…

Me pongo más roja aún… entre tanta lluvia y tanta pasión, las cosquillas y la risa al escuchar lo mal que cantaba… hizo que no pudiese parar de reí… ¡Adiós pasión, bienvenidas las carcajadas!



Y esta vez… ¿seré capaz de encontrar alguna excusa? Quizás, llegue el momento de degustar lo prohibido. Si es sabroso o no… quedará pendiente para otro capítulo.


Irene Bulio. © 20.08.2013
(Imágenes tomadas de internet, de autor desconocido)





martes, 20 de agosto de 2013

... envuelta en el viento...


 





“Se equivocó la paloma, se equivocaba”

Pensó que  escondiendo sus miedos

conseguiría,  bien pronto,  llegar al alba;

más,  solo consiguió ocultarse entre  la arbolada.

 

Antaño, un primer amor le robó el corazón,

 —a la vez que un beso— y, se  marchó bien  lejos.

Ella, en vez de volar tras él,

buscó su réplica en un espejo.

 

Tras comprender y entender

que sobre el corazón nunca se manda,

volvió a su rutina, más fría que el agua.

(Aunque en el ardor del verano, 

 aún se escuche  bullir su alma).

 

El tiempo pasa, las noches se alargan,

consume sus días entre miles de artimañas,

engañando a un corazón, aún  ansioso por vivir.

Lo intenta de nuevo, lo intenta mil veces…

consume su tiempo, su vida, sus sueños…

Ese amor deseado que nunca llega…¡jamás!

¿No será que aprendió un mal concepto de “ amar”?

 

No importa, paloma, ¡vuela! ¡bien alto, vuela!

Quizás eres gaviota, quizás halcón, quizás…simple paloma,

pero para surcar los cielos no necesitas ser sombra,

solo permitir que de vez en cuando,

un horizonte nuevo llame  tu atención,

arrojes tus miedos, prejuicios y celos,

extiendas tus alas, emprendas el vuelo…

No pienses, no mires... sólo disfruta…

planea junto al viento…

¿Qué más da ser halcón, gaviota o paloma

cuando se puede, simplemente,  disfrutar del vuelo?


 

Irene Bulio © 2013



 (Imagen tomada de internet, de autor desconocido)

 

 

 

jueves, 1 de agosto de 2013

Un día de playa.



No hay nada como tomarse un día libre. Sí, un día libre de todo lo habitual, de todo lo cotidiano, de todo lo que cada día pasa por tu vida, por tu cabeza, por tu corazón...

No fue una decisión tomada con tiempo. A veces, las circunstancias nos obligan a actuar o dejarnos enredar en la monotonía y la desidia.

Era un sábado cualquiera.  Tenía intención de pasarlo con mi pareja, como era habitual, dando un repaso a la casa, salir a almorzar o tomar algo ligero, disfrutar de una siesta de sábado en la tarde... Pero la circunstancias quisieron que los planes cambiasen, pues se rompió su coche y decidió pasar la mañana en el taller.

A eso de las diez le llamé con la intención de comprar unas entradas para el cine, pero me dijo que estaba cansado, que pasaría toda la tarde en casa haciendo "tumbing".  Su respuesta no me dejó muy satisfecha. Necesitaba un fin de semana lleno de energía, de vivencias... Había tenido una semana muy dura y necesitaba desconectar.

Sin pensarlo, me puse el bikini, tomé mi bronceador, mi toalla favorita —era enorme y multicolor—, una pequeña nevera de playa con unas bebidas, algo de hielo... y las llaves de mi deportivo.

Casi sin darme cuenta me encontraba de camino al sur, a disfrutar una maravillosa mañana en la playa.

Cuando llegué me costó un poco encontrar aparcamiento, pues en esta época de verano, ya se sabe, todo el mundo quiere disfrutar de lo bueno, el Océano Atlántico, su maravilloso sabor, y el dorado sol que acaricia tu piel, despacio... sin demasiadas prisas... llegando a “arañar” su superficie con sus rayos si no tomas las precauciones adecuadas.

Oculté la tristeza de mis ojos por tener que pasar ese día a solas —pues tenía muchas cosas que contar a mi amor— tras unas enormes gafas de sol. Subí  el techo de mi descapotable, cerré el vehículo y me dirigí a la arena. La playa, como cualquier día de verano, estaba repleta de gente, familias completas, pandillas de amigos, parejas... y entre tanta gente me sentía más sola aún.

Una lágrima comenzó a recorrer mi mejilla. El sentir cómo me cosquilleaba el alma me hizo sonreir. Nadie merecía una lágrima, al menos por el empeño de ahorrar unos euros en un día de descanso y dejar sola a quien tanto le había acompañado en los días más mustios.

Casi sin darme cuenta ya estaba con los pies metidos en el agua. Notaba como las olas que iban llegando a la orilla acariciaban mis dedos, mis tobillos... me refrescaban enormemente. Decidí que no llevaba demasiado peso encima  y me iría hacia el otro extremo de la playa, donde se intuía más tranquilidad.

La playa a la que me refiero se encuentra al sur de la isla de Gran Canaria; tiene una extensión de aproximadamente 4 kilómetros, que me vendrían muy bien recorrer.

Seguí de frente, caminando y disfrutando de cómo el sol acariciaba mi rostro y el mar mis pies.

Cuando había recorrido la mitad del trayecto ya tropecé con menos gente en la orilla —pues la mayoría prefiere estar al comienzo de la playa, donde están los chiringuitos y la mayoría de las hamacas— por lo que decidí parar  un instante a quitarme la ropa.  Me quedé en bikini y me puse algo de bronceador en mi espalda, mis muslos, mi rostro... A los pocos minutos seguí mi camino, toda cubierta del dorado aceite.

A los pocos metros comencé a ver a los primeros “guiris” en cueros; me estaba acercando a la zona nudista, y debía traspasarla para llegar al Faro de Maspalomas.  Estaba acostumbrada desde niña a hacer ese trayecto, y realmente no me llamaba la atención si la gente tenía sus partes íntimas cubiertas o no. Hoy me sentía diferente, era un día especial para mi... Nunca había tomado el sol desnuda. ¿Por qué no probar?

 

La pregunta hacía una especie de eco en mi cabeza...
— “¿Por qué no probar?” —me preguntaba una y otra vez—.


Este año había decidido hacer cosas nuevas, salir de la monotonía, seguir mi vida... Llevaba demasiado tiempo siendo “sombra” y quería tomar mis propias decisiones. El vivir junto a alguien que tiene otras metas y ante las que tú cedes continuamente te va minando por dentro y sentía que ya  era hora de ir soltando lastres... ¿Y por qué no soltar éste y cumplir ese deseo que siempre tuve?

Sí, un deseo minado en miedos, dudas, y sobre todo por la timidez y el pudor que podría sentir si me encontrase con alguien conocido... cosa que podría ser muy probable. Sólo al pensar en enfrentarme, desnuda, a un cliente, un compañero de trabajo, un amigo de la infancia... sólo de pensarlo... hacía que me sonrojase como una granada.

 

Entre duda y duda, deseo y más dudas... me dirigí hacia las dunas. Había poca gente. Era cerca del mediodía y el sol pegaba fuerte... Busqué hueco tras una duna, abrí mi sombrilla, extendí mi toalla —mi gran toalla multicolor— y me senté sobre ella.

Tras observar que las pocas personas que había alrededor comprobé que se trataban de un par de parejas de extranjeros, solamente, por lo que decidí comenzar a ponerme bronceador por todo el cuerpo, nuevamente. Tras colocar el bolso y  resto de los  bártulos, me quité la parte superior del bañador... y ya puestos... la inferior.

Sentí como el fuego me inundaba, y no me refiero al calor del sol, sino a la timidez que se apoderó de mi, inundándome, y que intentaba salir por cada poro de mi piel. Respiré despacio y profundo. Miré hacia el infinito. “¿Por qué no disfrutar de esta nueva sensación?” —me pregunté—.

Era extraño sentir como la brisa acariciaba todo mi cuerpo a través de la piel, sí, todo... Pronto mis pezones comenzaron a erizarse... ¿o llevaban ya rato así? No lo sé... sólo me di cuenta de ello cuando pasé mis manos, acariciándolos levemente, mientras los impregnaba de bronceador.

     ¡¡Uhmm!! Me encanta este olor — pensé, intentando distraer mis miedos.

Al instante ya estaba acariciando mis muslos, cerca, cerca, muy cerquita del jardín de los deseos...

     ¿También debo impregnar el Monte de Venus de este blanquecino y lechoso mejunje que escurre entre mis dedos?— me pregunté, divertida, mientras hacía lo propio.

Escabulléndome de tanta  timidez, continuaba mirando a mi alrededor: una pareja de jóvenes enamorados. Cuatro extranjeros de aproximadamente 60 años, bronceados  por cada milímetro de su piel... Una pareja de novios del mismo sexo... No creo que ninguno de ellos estuviese pendiente de mí. Seguro que ni se habían percatado de mi presencia.

Seguí acariciando mi cuerpo mientras lo cubría de bronceador...auto-masajeándome como pude. Una vez acabé, me tendí boca abajo y me dispuse a escuchar algo de música...
https://www.youtube.com/watch?v=l4dSZD3YQ_M

 
(Imagen de autor desconocido, tomada de internet)
 

No había pasado más de media hora cuando un joven se acercó a mí y me abordó:

     Buenos días, ¿me puede decir qué hora es? — preguntó con descaro, mientras no paraba de observar, de reojo, mis senos.

Menudo cara dura. La gente así me pone de mal humor... Pensándolo bien, tiene unos hermosos ojos... Casi me puedo ver reflejada en ellos.

     Disculpa si no contesto a tu pregunta,  pero no llevo reloj. Debe ser ya cerca de la una — contesté con cierto cinismo, eso sí, con una esplendida sonrisa, intentando esconder tras ella la vergüenza que estaba sintiendo en ese instante.

     ¿Eres de por aquí? —preguntó— Estoy de vacaciones; he venido solo. Tenía comprado los pasajes para venir con un amigo,  pero se puso enfermo y no quise perder los billetes. ¿Conoces la zona? No sabía que era una playa nudista y de repente me he visto...—comentó más sonrojado que yo, y con el rostro blanco como un DINA4—

 

 

En ese instante decidí apartar la vista de su mirada... mala decisión, pues mis pupilas se fueron directas a su tienda de campaña...

     Bonito bañador —comenté, sonrojada como un tomate muy, muy maduro— Veo que es nuevo... marca XTG... lo has comprando  aquí, ¿no? Es una empresa isleña.

     Sí —contestó sonrojado, como si se le hubiese contagiado el color de mi rostro— ¿Me permites que te acompañe? Es duro estar solo.

“Uhmm... duro... duro... lo que se dice duro... sí... bien duro...”—pensé mientras recordaba lo que insinuaba su entrepierna— ¡Y yo aquí, en pelota pura!... No pude nunca imaginar una imagen más ridícula. No sé si reír o directamente llorar... ¡Qué vergüenza! Pero bueno... él no me conoce... no sabe si soy habitual... Mejor me tranquilizo e intento comportarme con naturalidad.

     La toalla es amplia, si quieres la podemos compartir. La sombrilla es lo suficiente grande como para darnos cobijo a los dos —le comenté mirando directamente a  sus ojos... pues no quería aventurarme a volver a mirar a esa zona prohibida, a pesar de que la curiosidad aún me invadía.

     ¡Gracias!— aceptó,  con una maravillosa sonrisa y dejando entrever sus enfilados y blanqueados dientes, que hicieron que sintiese como que  algo se arrugaba, se comprimía, en mitad de mi estómago.

Colocó su mochila junto al palo de la sombrilla, se quitó las sandalias... y ¡¡Glubb!! Se quitó también su bañador.

     Dios... NO QUIERO MIRAR... —pensé...Pero mis ojos sí...mis ojos se aventuraron, como dos niños juguetones, a mirar el gran tesoro que se escondía bajo ese bóxer azul.

     Es mi primera vez — comentó sonrojado—, pero veo que todos estáis desnudos, con lo que si me quedo con el bañador llamaré la atención.

     ¡¡Oh... Dios...!! ¿Y si me ve alguien conocido? No puede ser... ¡Qué vergüenza!— pensaba a la vez que  me “escondía” bajo mis gafas de sol.

Me volví a colocar —nuevamente—  boca abajo, pensando que él haría lo mismo, y así podría evitar, o al menos aliviar... mis libinidosos pensamientos.

 

Cuando menos me lo esperaba sentí sus manos acariciando mi espalda.

     Perdona mi atrevimiento, tienes la piel muy roja, y no quiero que te quemes — comentó, mientras sentía como mis senos se empitonaban y se clavaban aún más en la dorada arena, casi traspasando la multicolor toalla...

     “¿Y cómo voy ahora a darme la vuelta?”— pensé, sonrojada— ¡Gracias! Ahora te pondré yo a ti el bronceador— pronuncié, mirándole a los ojos,  mientras yo misma me sorprendía ante mis palabras.

Lo normal sería sentirme incómoda, pero aquella situación me estaba gustando... ¡qué digo gustado! Estaba excitadísima...  No podía dejar de observar que por momentos su miembro parecía aumentar de tamaño...

Como pude, me senté  de nuevo y comencé a extender el bronceador en su espalda... en sus piernas... en sus endurecidas nalgas.

     ¿Qué deporte practicas?— pregunté con curiosidad—

     Suelo jugar al fútbol, hacer algo de ciclismo y nadar— Contestó. Nunca me pesó tanto la flacidez de mi cuerpo, que había ido “descolocándose” con el tiempo... Pero ahora no era el momento de lamentos... Ahí tenía ese cuerpo de Adonis, junto a mí... acariciado por mis manos... mis dedos deseando juguetear entre su bello cuerpo... su vello...

Casi sin darme cuenta se dio la vuelta. Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, que sin apenas haberme percatado tenía su torso frente a mí. Comencé a llenarle de aquel dorado bronceador, y cómo no... a extenderlo con suavidad, intentado que penetrase... —“¿penetrase?”— en los poros de su piel...

Sentía como el calor y la humedad se apoderaban de todo mi cuerpo, eran una especie de flatos fuera de hora... Respiraba lentamente, dejando que el aire entrase en lo más profundo de mi ser y me colmase... me llenase... De hecho, llevaba demasiado tiempo vacía...

Continué con sus fuertes y musculados muslos... ya casi llegaba a sus pies, hermosos, varoniles...

De pronto, se incorporó y tomó mi mano derecha, llevándola directamente a su ingle:

     Por aquí no me has puesto bronceador, y me puedo quemar — me dijo haciendo un guiño.

En ese instante, creí morirme... Bueno, no... mejor dejar el morirme para más tarde... Esta situación me excita...No quiero pensar... Es el momento de disfrutar...

     ¿Y si alguien nos hace una foto? — pensé, nuevamente, aterrorizada. No... no puede ser... Estamos lejos, nos rodean extranjeros... es un sábado al mediodía, y quizás esto no está sucediendo salvo en mi imaginación... Mientras pensaba todas estas cosas mis manos iban acariciando su bajo vientre, el comienzo de sus muslos... su torso fornido... Volvió a tomar mi mano y esta vez la llevó directamente a su miembro viril... Faltaban manos... sobraba miembro... ¡¡Qué digo!! No sé lo que digo... ni lo que hago... ¡pero me gusta!

 
Casi al instante estábamos frente a frente, sobre la colorida y sudada toalla... bajo la gran  sombrilla que cubría nuestros cuerpos, haciendo que el dorado sol no pudiera quemarlo, abrasarlo... disolverlo como pura mantequilla...



—¡¡Madre mía!! ¡¡¡Cómo me está sabiendo este beso!!! Creo que nunca antes me habían besado así, con tanto deseo... Si casi me toca la campanilla con la punta de su lengua... uff... su lengua, la punta... mi boca... Mejor no pensar...— Me dije, abandonándome a mis deseos carnales.

 

Brazos sobre hombros, piernas abrazando un fornido cuerpo... boca llena... cuerpo desbordado e inundado en todo su ser...

Así fue como, tras el "forcejeo" comenzamos a danzar... a movernos al compás de la musicalidad de nuestros gemidos, que en un principio habíamos intentando contener... pero que  pronto, tras perder la noción del tiempo, del lugar donde estábamos, de si nos pudieran observar o no... dejamos brotar libremente, permitiendo a su vez que el eco lo llevase más allá del mar...

Cuando acabamos,  casi compartimos un mismo suspiro, y no pudimos evitar lanzarnos al abismo de nuestras miradas...

     Señorita... no sé qué es lo que me ha pasado... Este lugar, este paradisiaco lugar está, de alguna forma “embrujado” y no pude contener la pasión, la emoción ni los deseos que me han inundado de forma inesperada. Siento... — Comentaba ruborizado.

     Creo que... sobran las palabras. Hoy no debí estar aquí. No sé ni cómo ni el  porqué de lo ocurrido. Quizás... simplemente... ambos teníamos una necesidad por cubrir. No creo que nos volvamos a ver jamás. Tú volverás a tu casa. Yo regresaré a la mía... Quizás con el tiempo dudemos si realmente este encuentro sucedió o no— Le comenté mientras me moría de vergüenza y a la vez de satisfacción. Hacía años que no disfrutaba de un “polvo” tan brutal... ni tan placentero (del que no he entrado en más detalles debido a mi pudor).

Allí nos abrazamos hasta que llegó la tarde. Nos besamos el cuello jugando a ser gaviotas picoteando la golosina que le alimentaba... Ya, con la luna comenzando a saludar desde el horizonte, nos despedimos.

 

Todo eso sucedió hace unos días. Hoy... ordenando mi bolso de playa, me encontré una tarjeta en un bolsillo lateral:

     Si te has encontrado esta tarjeta, es un tesoro...¡mi corazón! Llámame. Sólo lo compartiré con quien me llegue al alma. Tú la has tocado con tus dedos de Luna.

Roberto. ***696969

 

 

 

Irene Bulio © 31 de julio de 2013